Una de tantas manifestaciones del western en el tebeo patrio. Sólo que aqui juntándose en la autoría dos genios como eran Manuel Gago (el de El guerrero del antifaz) en calidad de ilustrador y Pedro Quesada como guionista. También estaban en esta línea El pequeño luchador, Kid Tejano, Johnny el ciclón o El Ranchero (por el lado yanqui), mientras que Apache, Piel de Lobo o Gacela Blanca (esta última heroina dependiente de un héroe) nos introducirían en el mundo de sus máximos rivales, la comunidad india.
Es de destacar en la obra Jim Alegrias que sea el titular un héroe juvenil sin ligazón a ningún personaje de mayor edad y fortaleza, uno de los tópicos de la historieta de aventuras siempre que aparecían personajes de características similares. Jim, pese a estar unido a un grupo de amigos de lo más variopinto, es siempre el héroe, el que tiene la última palabra, el que nos ofrece la proeza definitiva y que le conducirá a la solución de mil entuertos.
Y siendo un comic claramente inspirado en el género cinematográfico del Oeste, se apartaría de su patrón en esto último. Pues es bien conocido que en las películas de vaqueros el jovencito siempre estaba bajo el cuidado de un personaje más adulto, que funcionaba en calidad de tutor o de figura paterna. En el oeste de Hawks o de Ford, el pimpollo solía manejar bien el revolver pero no era aconsejable que lo hiciese por encima de sus posibilidades legales, a no ser que quedase sólo en casa al cuidado de su madre y hermanos menores. Destacaba su belleza efébica, su impetu inconsciente, su asexualidad, incluso. Recuerden sino a Rickie Nelson en Río Bravo o al delicioso David Wayne de Centauros del desierto. Tal estereotipo se rompería por razones obvias con el Billy the kid del juvenil Newman para Arthur Penn.
Jim Alegrias no es zurdo, lo veríamos mejor como un alter ego del Robert Francis de They rode west (1954. Phil Karlson) y, aún asi, hay que reconocer que ni uno ni otro tendrían mucho que ver.
Por encima de todo, en este tebeo triunfa la imaginación (las situaciones fantásticas, como la de las serpientes sagradas), el universo femenino que rodea al titancín: los contrastes entre la morena y semipasiva Luisa y la rubia de melena imponente y sofisticada (y se supone que con dobleces, precisamente por su sofisticación) Connie, nueva alusión al papel cinematográfico de las mujeres en el western de serie B de un Boetticher o un Fregonese, donde la rubia y la morena eran el yin y el yan de una misma venganza; indias buenas y desinteresadas de todo contacto sentimental (mucho menos sexual) con el rostro pálido por meras cuestiones de racismo, como Nube Rosada…
El venerable Viejo Pun (un ex buscador de oro) o la incorporación de una barroca tribu azteca con la pugna de hermanos con sangre real (Uxan, el bueno-Otulán, el usurpador); o el miserable y eterno Bob, que provocará mil situaciones de peligro (y gran físico) a Jim, completarían uno de los más memorables oestes tebeísticos de los años cincuenta en España. Editaba la fundamental Maga.