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A Manuel Gago


24.01.08 -
Valeriano Belmonte

ALBACETE

Los buenos aficionados al cómic no olvidan fácilmente una fecha: la del 29 de diciembre de un 1980 frío y triste, una jornada larga y pesada llena de recuerdos para tantos y tantos admiradores de una época y de un ídolo grande entre los grandes en los cuadernos de aventuras, en los tebeos apaisados que constaban de diez páginas y se vendían a una peseta y veinticinco céntimos.
Manuel Gago García fue un rey en la epopeya de la historieta seria de postguerra y sin lugar a dudas el más prolífico de todos los realizadores de los cuarenta y cincuenta, el más hábil y rápido para conectar con los amantes del género. Gago se despedía de la tierra, de sus familias, la real y la ficticia y de su inmensa legión de seguidores. Lloraron Teresa Quesada, su esposa queridísima y compañera ideal, sus hijos y compañeros y sus personajes.
El sollozo, interminable y desgarrador llegó hasta una casa de Albacete, un museo que había dado cobijo al gran creador cuando el tebeo hispano empezaba a sentar sus bases. Diego Rivera Morcillo, posiblemente el mejor maestro que tuvo Gago en sus inicios, retrocedió en el tiempo y a su memoria acudieron pasajes de la contienda española cuando un niño de doce años veía los bombardeos que castigaban a la capital de España. Allí en Madrid se hallaba el inagotable trabajador ilusionado con alcanzar algún día la fama y el reconocimiento. La noticia de la muerte de Manuel Gago se extendió por Albacete y nos hirió en el corazón. Para mi, que había sido lo máximo, el genio y el talento supuso una gran pérdida lo mismo que para el resto de personas que le adoraban. Lamenté profundamente no haberle conocido personalmente (cuando tenía trece años le escribí a Valencia para pedirle consejo sobre mis modestos trabajos, no obtuve respuesta y aquello me dolió aunque continué coleccionando con devoción las series que el mago de las viñetas elaboraba). Enseguida los colegas de Gago le rindieron un hermoso homenaje a través de una revista de prestigio: Sunday. En las páginas de la misma intervinieron los maravillosos y geniales Luis Bermejo y Miguel Quesada al lado de José Ortiz, Matías Alonso, Ambrós y Vañó mostrando a sus personajes enlutados y llorosos siguiendo a la comitiva que trasladaba los restos del dibujante y guionista al cementerio valenciano. Una estela de pena se quedaba en el gélido asfalto pero un rayo de esperanza iba y venía anunciando que el hombre había muerto pero quedaba el artista y su obra gigantesca y entrañable quedaba para la historia y para la posteridad.