Presentación del libro.
La década de los setenta supuso el afianzamiento y apogeo del cómic de terror en España. Revistas como Dossier Negro (1968), Vampus (1971), Escalofrío (1972), Pánico (1972), Escorpión (1973), Fantom(1972), Espectros (1972), y otras tantas nos acercaban al mundo de lo sobrenatural y lo terrorífico. Nos invitaban a traspasar el lúgubre umbral del miedo a través de fantasmagóricos relatos y pavorosas historietas. Llegaron a convivir simultáneamente en el quiosco hasta diez títulos de esta misma temática. Brujas, vampiros, zombies, seres de ultratumba, espectros y demonios eran los protagonistas de estas publicaciones.
En el contexto del éxito de películas de terror como la saga de películas de Drácula de Estudios Hammer que se extendería hasta 1973, Kung Fú contra los siete vampiros de oro (1974), La Noche de los muertos vivientes (1968), La semilla del diablo (1968), de Roman Polanski, La matanza de Texas (1974), La profecía (1976), y muchas otras, se inscribe la moda del horror, del gusto por lo sobrecogedor y tétrico que tendría su fiel reflejo en los cómics de la época.
Las revistas antes citadas tenían la mayoría en común el hacer un compendio de material extranjero, principalmente americano, de distintas publicaciones organizándolo cada una de forma más o menos afortunada u homogénea.
La Editorial Valenciana en aquella época se encontraba un tanto desorientada, sin saber qué línea seguir. A mediados de los años sesenta se había hundido su principal pilar y fuente de ingresos, los cuadernillos de aventuras, pero a diferencia de otras editoriales que dejaron de existir o de otras tantas que tuvieron que reconducir su producción hacia otros campos como el de los cromos (la Editorial Maga), pudo mantenerse a flote gracias al auge de publicaciones infantiles como Pumby o Jaimito y al inesperado éxito ya en los setenta de la reedición a color de El Guerrero del Antifaz a la que siguieron otras como la de Roberto Alcázar y Pedrín, Yuki el Temerario, etc. Para intentar abrir nuevos caminos, la Editorial Valenciana decide subirse al carro de la moda del terror y crea la revista S.O.S. para la que decide contar con autores españoles en su mayoría para su ejecución.
Podemos encontrarnos en SOS a dibujantes clásicos del tebeo español que de esta manera experimentan en un ámbito hasta entonces desconocido para ellos como Manuel Gago, Marcet, Miguel Quesada, Eduardo Vañó (el de Roberto Alcázar) y su hijo (haciendo una gran cantidad de portadas) que se convirtieron en colaboradores habituales de la revista, además de artistas consagrados como Salvador Martínez Borrell, J. Bermejo, Mateu, Pablo Marcos, Villanova, Cerdan, Enrique Puchades etc.
Manuel Gago, quien había llegado a tener un ritmo de producción desmesurado en los últimos cincuenta y primeros años de la década de los sesenta, cuando se hundió esta industria alrededor de 1966, no tuvo más remedio que ganarse la vida por otros medios ajenos al cómic durante una larga temporada. Es más, nunca, hasta su muerte en diciembre de 1980 lograría poder volver a dedicarse en exclusiva a lo que él sentía y que más le gustaba, que era ser dibujante de tebeos. En una entrevista concedida en 1979 se quejaba de este hecho, el de no haber tenido nunca calma para poderse dedicar con tranquilidad a sus creaciones.
Desde 1972 había vuelto para dibujar portadas nuevas para la edición a color de El Guerrero del Antifaz y más tarde para Purk, el Hombre de Piedra, lo que le suponía más una satisfacción personal que beneficios económicos. Poco a poco en la editorial le fueron encargando historias cortas nuevas para los almanaques o para la publicación Jaimito, etc, hasta que llegó la petición de hacer historias de terror para la revista SOS que empezó a publicarse en 1976.
Observamos en estas historias a un Manuel Gago con ilusión, mucho mejor técnicamente que el de las últimas creaciones de cuadernillos de hacía pocos años, aunque sin llegar nunca al nivel que había alcanzado en los años cuarenta, tratando incluso de innovar en ocasiones, por ejemplo, con la distribución de las viñetas, elemento que había estado encorsetado por completo a lo largo de toda su producción, con un estilo próximo al que exhibirá a partir de 1979 con Las Nuevas Aventuras del Guerrero del Antifaz. Los ambientes tétricos están conseguidos gracias a la abundancia de oscuros y grises adaptándose al escenario misterioso que se quería transmitir en cada relato.
Los guiones, cuya autoría no se acredita, son más bien previsibles y convencionales, por otro lado, en la misma tónica que las demás historias de las revistas. No es precisamente el mejor valor de las mismas. Los dibujos de Manuel Gago sí valen la pena y no desmerecen en absoluto con respecto al resto de dibujantes. Cuando mejor destaca Gago es cuando la temática del relato lo acerca a la Edad Media donde los ropajes, caballos, castillos, capas y demás elementos le son de sobra conocidos por haberles sido familiares durante muchos años en su tablero de dibujo y es donde mejor tiene la posibilidad de lucirse.
El Boletín nos ofrece con este tomo una gran oportunidad a los admiradores de Manuel Gago de rescatar estas historias en un bonito formato y de disfrutar y recrearnos en los dibujos del autor del que dicen “hizo aprender a leer a media España”.
Ilustraciones de Manuel Gago.