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El niño que leía El Guerrero del Antifaz
Cristóbal, el otro día vi en las noticias que en Valladolid se ha inaugurado una exposición para homenajear a Manuel Gago. Manuel Gago: su nombre tal vez no te suene mucho, a ti y a los oyentes, pero este señor es el creador de uno de los héroes de mi niñez, y puede que también de la tuya y de la de muchos de quienes ahora mismo me están escuchando hablar por la radio. Me refiero al Guerrero del Antifaz. Porque los tebeos del Guerrero del Antifaz -entonces se llamaban así, tebeos- empezaron a publicarse en los años cuarenta pero se reeditaron continuamente durante varias décadas, con diferentes formatos. Los que yo tuve eran de los setenta, en color, y mi padre me los traía cada viernes. Nunca se lo agradeceré lo bastante. Todavía conservo algunos, y te aseguro que después de haber visto las noticias el otro día ganas me dan de ir a Valladolid para visitar la exposición. Y es que El Guerrero del Antifaz, querido Cristóbal, es uno de nuestros héroes más olvidados por no sé que prejuicios estúpidos de mentes estrechas a los que parece darles vergüenza que un héroe de tebeo de finales del siglo XV luchase contra los moros; y además, fíjate, El Guerrero del Antifaz fue uno de mis mejores amigos cuando era un niño, y años después, cuando llevaba mucho tiempo dedicándome a este oficio tan raro de contar historias, me puse a pensar y caí en la cuenta del material de primera mano que me había formado como lector desde que tenía seis años. Déjame, Cristóbal -permítanme los oyentes- que lo resuma: la mujer de un noble cristiano es raptada por Ali Kan cuando estaba embarazada, y su hijo crecerá guerreando contra los cristianos, hasta que un día su madre le cuenta su verdadero origen. Entonces luchará al lado de los cristianos con su rostro oculto bajo un antifaz para redimirse mientras unos y otros, moros y cristianos, quieren verlo muerto a toda costa. Un material de primera, como te digo. También tiene un amor imposible con la hija del conde de Torres, y no podrá casarse con ella, lo recuerdo como si lo tuviera delante de mis narices, hasta el número 237 de la colección. Pues eso, querido amigo, que me di cuenta un día de que, a poco que me descuide, en mis novelas los héroes son así: tipos atormentados a los que no les queda otra que buscar su lugar en el mundo, tipos como El Guerrero del Antifaz. Y esto no es casualidad. No en vano tengo en mi despacho un cuadro enmarcado, un cuadro dibujado por mí, del Guerrero del Antifaz, con su cruz negra en el pecho, su capa, su espada, su casco, su cota de malla y su rostro oculto, porque, al cabo, querido Cristóbal, por muchos años que hayan pasado o por muchas novelas que haya escrito, me gusta pensar que todavía soy ese niño que leía los tebeos de El Guerrero del Antifaz.
© Andrés Pérez Domínguez, junio de 2008